Cuando una cosa buena nos sucede queremos que todos lo sepan. Llamamos, conversamos y queremos compartir nuestra alegría. Los demás también se alegran y festejan con nosotros. Cada uno tiene sus conquistas, en la familia, en el trabajo y en la sociedad en general. Un empleo, un embarazo, o la finalización de un curso, la adquisición de bienes, muebles e inmuebles, en fin, son motivos para alegrarnos. Pero la mayor alegría que tenemos es la Salvación en Cristo Jesús, que nos toca profundamente, nos renueva y nos anima a vivir. Necesitamos valorar esta gran dádiva de la Salvación. Somos motivados a vivir felices y a contagiar otros con nuestra alegría. Vivir el cristianismo se hace realidad a medida que otras personas empiezan a darse cuenta de la acción de Dios en su vida. Por eso el cristiano alaba y canta al Señor por la alegría de vivir, de hablar de Cristo, de sentirse amado por el Padre Celestial.
Oremos: Querido Señor, son tantas las bendiciones en mi vida que ni siquiera las puedo contar. Me alegro mucho por todo. Gracias. Amén “Tú eres mi refugio: me proteges del peligro, me rodeas de gritos de liberación” (Salmos 32:7)
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